Mi momento en el mundo.

Justicia por mano propia

 
Prólogo

   Esta novela  corta no está basada en  ningún hecho real, pero intenta  reflejar la injusticia que una enardecida turba de personas,   manipuladas por el interés de alguien en particular, podría llegar a realizar.
   Para hacer Justicia están los organismos que se dedican a ello, si bien pueden equivocarse, es mejor que se equivoquen ellos y no que personas buenas se conviertan en asesinos por la locura de un momento, para después vivir atormentadas por el hecho, el resto de sus vidas.








JUSTICIA POR MANO PROPIA
(Capítulo l)
    Antonio estaba ya en la última hora de trabajo, sabía que en unos minutos el jefe de personal, entraría por la puerta ahora cerrada, sin golpear y cargado de carpetas, con su cara maldita llena de satisfacción y le diría que debía quedarse dos horas más; no terminó con ese pensamiento cuando ese hombrecito con cara de rata de cloaca, apareció como siempre, el odio se le mezcló con risa al pensar que tal vez su jefe el único placer que conocía era el traerle trabajo urgente cuando llegaba a su fin la jornada laboral para todos los empleados.
   Antonio no sabía porqué desde que lo habían ascendido a jefe de personal a Jacinto, tal era el nombre de la rata, se había propuesto como meta, molestarlo para que no pudiese volver a su casa en horario.
   Estaba resignado y pensó que algún día se cansaría de ese jueguito y tal vez otro compañero pasara a ser el dador de placer para ese ser tan ruin.
   Lo único que realmente lo preocupaba de sus llegadas fuera de horario al hogar, era su esposa, estaba cada día mas celosa, creía y casi aseguraba que el tenía una amante y que por eso llegaba tres horas mas tarde de lo debido, varios jarrones y platos estrellados contra el, fueron sus recibimientos en los últimos días.
   Conoció a Lía en una cena de cumpleaños de su compañero de trabajo Lisandro, esa noche le presentó a la hermana de su esposa, quedó sin habla cuando vio el cuerpo moreno y esbelto de Lía, su cabello oscuro y ondeado casi le llegaba a la cintura, le brotó solo un –Encantado, Antonio- cuando estrechó su mano al ser presentados, tenía unos maravillosos ojos negros con mirada profunda, como queriendo adivinar todos sus mas escondidos secretos , solo con mirarlo.
   Ella había estado casada poco tiempo, al nacer su hija Cecilia, el esposo tuvo un insólito accidente un día de pesca, cayó al río, nunca se supo que movimiento había hecho para caer  donde había el remolino al que contrariamente a su peligrosidad los lugareños lo llamaban Remanso. Así el pobre aficionado a la pesca terminó con sus huesos en el descanso eterno en un cementerio con nombre, Remanso de Paz.
   Los hechos al conocerla se fueron desencadenando rápidamente para Antonio, pronto se encontró poniendo fecha de casamiento, a pesar de los rezongos de su madre que no perdía la oportunidad de decirle –Hijo, esta mujer, tiene problemas Psicológicos, no puede celarte tanto, puede ponerse peligrosa, fíjate bien lo que haces, me da la sensación que hasta su hijita con solo cuatro añitos le teme.-
   A su madre nunca le había caído en gracia ninguna de sus novias, por ese motivo optó por solo besarla en la frente y decirle -No te preocupes mamita, es así porque realmente me ama, no tiene ningún problema-
   Así lo creyó por bastante tiempo, exactamente un año llevaban ya de casados, y lo que primeramente le parecía gracioso y hasta le alimentaba el ego, ahora comenzaba a molestarle y más que nada le hacía pensar que si no cambiaba, tendrían que separarse, palabras que hacía solo dos días le había dicho a Lía y ella echa una furia le arrojó con el florero a la vez que le gritaba –Antes de dejarte el camino libre para que vivas con tu amante te mato-
   Por causa de sus horas extras obligadas, la situación se repetía  una y otra vez. Ahora mientras terminaba de controlar la última carpeta, recordó la advertencia de su madre e inconcientemente le dio la razón, lo conformaba que por lo menos no habían tenido hijos, por lo que si no paraba con estas escenas absurdas, se podría separar sin remordimientos de ninguna especie, ya que el estaba seguro de haber sido un marido fiel.

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Capítulo ll
Estacionó el auto frente a su casa, en el viaje desde la oficina  fue un conductor sonámbulo, en su mente se agolpaban las palabras y los gritos que imaginaba a su llegada, parecía un autómata en sus movimientos y pensó –Esto no va más-
   Se le desgarraba el alma con ese pensamiento, el había amado mucho a esa mujer que hoy se le presentaba como desconocida.
   Miró el jardín del frente de su casa, lo vio descuidado, se propuso que ese fin de semana intentaría resucitar algo de lo que había sido, se le antojó que el jardín estaba igual que su vida, seco…
   Puso la llave en la puerta, últimamente esos movimientos le resultaban un suplicio, tomó coraje y entró. Había mucho silencio en la casa, le resultó extraño, recorrió cada habitación, nada estaba en orden, pero eso era normal… entró a la habitación de Cecilia, ya había cumplido cinco años,  notó que tendría la belleza de su madre, -ojala solo se parezca  físicamente- pensó.
   La pequeña le hizo una sonrisa y le tiró los brazos para saludarlo, se había encariñado y ese cariño era correspondido. Cecilia no emitía palabras, no era sorda, no tenía ningún impedimento para hablar pero no lo hacía, los médicos no entendían el porqué, aunque Lía no se molestó mucho en llevarla a nuevos especialistas, era como si no le interesara que no pudiese hablar.
   Aunque no era su hija, le dio escalofrío pensar en no poder cuidarla o abrazarla en las vueltas al hogar, la extrañaría mucho, recién en ese momento se dio cuenta  que la quería como hija  propia. Era retraída, raramente hacía algún gesto para expresar un deseo, estaba en un mundo ajeno al que la rodeaba, aunque no era autista ni tenía ningún síndrome que justificara su actitud.
   Escuchó abrirse la puerta de calle, era Lía – ¿Recién llegas? Como siempre, te habrás revolcado a gusto con alguna perra y cuando te cansas, vuelves muy tranquilo como desfachatado a haciéndote el inocente – La voz de ella iba subiendo de tono, la niña se tapó los oídos y las lágrimas rodaban por sus mejillas.
   No soportó la escena, ya venía demasiado estresado con la Rata de jefe que tenía en su oficina como para llegar a su casa y encontrarse con una hiena, le pareció que su zoológico estaba bastante completo pero se había hartado de ser la oveja e intentó ser el lobo. Tomó su maletín alzó a la niña y salió de la casa diciendo – Mañana vendré a buscar mis cosas, al salir del trabajo, y para tener una relación normal ¡andá que te vea un Psiquiatra, locaaaaaa!-. Cerró la puerta tras de sí y escuchó como un último jarrón se estrellaba contra el muro, con miles de improperios y amenazas.
   Se dio cuenta que la niña dejó de llorar mientras tomaban el camino de la casa de Doña Julia (su madre), pero también se dio cuenta que el no era el padre y que Lía no se iba a quedar tranquila, no porque quisiera a su hija, sino porque era posesiva en su misma enfermedad; jamás quiso ver a un Psicólogo, se enfurecía si solo al pasar alguien le decía que le haría bien unas sesiones con algún profesional. Temió por la pequeña, al fin y al cabo tenía que darle la razón a su madre, se había casado con una persona esquizofrénica que detrás de sus encantos supo disimular muy bien su locura y ahora hasta le daba temor  intentar ayudarla.
   Se estremeció al pensar que al otro día tendría que buscar su ropa y las cosas de Cecilia, quería ayudar a esa pequeña, soñó que podía darle una vida normal, lejos de la violencia.
   Su madre los recibió en silencio, los besó y abrazó a los dos, sabía que eso tarde o temprano iba a ocurrir;  pero también sabía que era solo el principio de un final incierto…
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Doña Julia dejó la cena calentándose en la hornalla y se dirigió a preparar los dormitorios para sus recién llegados. La casa denotaba la pulcritud y cuidado
que esa mujer ya entrada en años mantenía en ella.
   Los muebles de algarrobo hacían el juego perfecto con el cortinado ocre y las repisas donde celosamente  mantenía los retratos de antaño.
   Tenía tres dormitorios, uno de ellos era el suyo en el que había dejado la cama grande que compartió con su esposo por veinticinco años, hacía solo dos que el había pasado a “mejor vida” decía ella. El dormitorio de Antonio se mantenía intacto, con retratos que el mismo había puesto en las paredes que tenían las bandas de músicos que admiró y seguía admirando, en el había un placard empotrado que guardaba las camisetas de futbol que había conseguido  en los partidos de su club favorito, una cama de una plaza, la mesita de noche y en el respaldo de la cama una repisa en la que acomodados prolijamente y lustrados, estaban los trofeos  conseguidos cuando en los torneos juveniles del club del barrio salían campeones.
   El otro era un dormitorio que habían agregado a la casa porque pensaron en la venida de otro hijo que nunca vino, porque Doña Julia enfermó y a consecuencia de ello nunca más pudo tener otro hijo. Toda su vida se centró en  Antonio y la habitación quedó con dos camitas para huéspedes.
   Armó las camas que serían utilizadas, las sábanas tenían un agradable perfume a lavanda que invitaban al descanso placentero, Doña Julia sabía que no era una situación para alegrarse, pero, íntimamente esta feliz por tener a alguien  por quien preocuparse, alguien a quien atender, volvió a sentirse útil, se miró al espejo y esa anciana reflejada le devolvió la sonrisa.
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   La noche pasó rápido, el descanso placentero, aunque nervioso, llegó a su fin con el estruendo del viejo reloj despertador que su madre le puso en la mesita de noche.
   Antonio se dio una ducha, tomó un desayuno ligero y con apuro salió nuevamente al yugo de su trabajo, pensando en cuando podría darse el gusto de gritarle la renuncia al jefe de personal. Si tuvo el coraje de irse del lado de su esposa, renunciar al trabajo le parecía más sencillo.
   Antes de salir, le comentó a su madre que del trabajo iría directo a su casa a buscar su ropa y algunos efectos personales que allí le quedaban, ni un solo mueble quería de ese lugar, intentaría borrar todo lo amargo de lo vivido.
   Doña Julia siguió con sus tareas, como cada mañana, mantenía la pulcritud, limpiando siempre sobre lo impecable.
   Cecilia aún dormía, no quiso molestarla, así después de terminar con  la limpieza, le prepararía un rico desayuno que degustarían ambas.
   El timbre la sacó de sus pensamientos, era un timbre insistente e impaciente, abrió la puerta y allí estaba Lía, con sus ojos desorbitados como nunca le vio, temió de ella, entró como una tromba a la casa llamando a gritos a Cecilia que con carita entre dormida y asustada salió de la habitación para obedecer su llamado. La obligó a vestirse con rapidez y gritando desaforada –Yo soy la madre, va a estar conmigo, no con el degenerado de su hijo- salió de la casa llevando a la pequeña casi a la rastra y continuó gritando –Su hijo no va a tener tiempo de arrepentirse- El cuerpo se le estremeció a esa madre con esas palabras que sonaron claramente a amenaza.
   Doña Julia desesperada llamó a su hijo por teléfono para contarle lo sucedido, los dos sospechaban que algo así iba a pasar, pero ninguno lo habló, conociendo las reacciones de su mujer, la sospecha tenía sus fundamentos, pero, también sabía que era hija de ella y que declararla insana para  criarla el, sería algo muy difícil, porque Lía sabía ser encantadora e inocente cuando se lo proponía.
   La madre de Antonio, estaba preocupada porque su hijo tendría que volver al domicilio a buscar sus pertenencias, quien sabe con que o como lo recibiría Cecilia, le pidió a el que le avisara cuando estuviese por llegar a esa casa del demonio.
   Estaba muy apenada por la situación que la niña tenía que vivir, los grandes están preparados para las piedras del camino, saben que tienen que irse abriendo camino, pero ella era chiquita…se le estrujaba el corazón, le dolía…se había ilusionado tanto con tenerla en su casa….

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_ÚLTIMA PARTE

   Antonio, esta muy nervioso, se paseaba por la oficina después de terminar su trabajo, esperaba al “rata Jacinto” que vendría nuevamente con más trabajo “urgente”, pero esta vez no tendría suerte, porque a su preocupación por tener que buscar todas sus cosas con la actitud que ya había tenido su mujer, le tenían mas preocupado que su jefe.
   Como siempre “la rata” apareció justo cuando el reloj hacía sonar el timbre de salida, traía en sus manos varias carpetas con carácter de urgencia. Antonio, cuyos nervios estaban al borde, estalló, sin pensarlo siquiera, cuando lo vio llegar, le dijo –Si esto es urgente, quédese y hágalo usted-.  Jacinto abrió la boca para contestar, pero quedó solo en el movimiento, porque Antonio ya había salido de la oficina.
   Su cabeza en el auto trabajaba a mil, en una esquina no vio el semáforo en rojo, lo cruzó salvándose por milagro de ser atropellado por un vehículo que tenía el paso con luz verde. Trató de serenarse y de concentrarse en el manejo pero le resultaba imposible.
   A los cien metros de la casa vio una multitud de personas, -algo nada bueno debe estar ocurriendo- pensó, a su vez atendía una llamada de la madre al teléfono móvil y comenzó a contarle lo que estaba viendo, la multitud de vecino que se agolpaban frente a la que hasta ayer había sido su casa, se volvió hacia el, enfurecida, el teléfono rodó por el suelo, su madre inmediatamente al ver que el no contestaba y escucha gritos del otro lado del tubo, cortó y llamó a la policía.
   Antonio, intentó atajar los golpes que le llovían sin saber porqué, sentía un dolor agudo en el estómago, miró como de su boca salía sangre en un vómito y luego un dolor intenso en su cabeza, después no sintió más nada, solo una luz muy clara y potente que de golpe se apagó para pasar al negro de la nada.
   El cuerpo del muchacho seguía siendo golpeado al grito de -Violador, violador, hay que matarlo…-
   La sirena del patrullero policial comenzó a sonar, cuando estacionó frente a la casa, toda la turba quería hablar a la vez para contarle al inspector lo que ese despojo que estaba en el suelo había hecho con una niñita!!!  Todos quedaron callados cuando la puerta de la casa se abrió y Lía salió con los ojos llenos de lágrimas, el rimel,  chorreándole por las mejillas, se acercó al inspector para decirle entre llanto y palabras entrecortadas (actriz fatal)  lo que su marido le había hecho a su pobre pequeña.
   El hombre miró con desprecio el cuerpo yerto de Antonio y entró a la casa para ver la niña, Lía estaba  sentada en su cama, acurrucada, con sus brazos abrazaba sus piernitas, tenía golpes en la cara, se veían los moretones, pero lo que mas impresionó al policía fue la sangre seca entre sus piernas, lo asaltó el odio para con el tipo que estaba tirado afuera, el policía también tenía una niñita y si alguien le hiciera eso, lo mataría con sus propias manos- pensó-
   Se acercó a la niña, le dijo- No temas, ese hombre maldito, nunca más te hará daño-
Lía  miró a su madre que se sentía confiada de su mudez, entonces separó al policía que intentaba abrazarla, lo miró muy fijo a la cara y balbuceó con gran esfuerzo – E-e-e-l    n-o-o  f-u-e-
   La madre en un acto de desesperación quiso arrebatar de los brazos del policía a la niña, pero otros policías que habían ingresado a la casa se lo impidieron, entonces el policía le preguntó -¿Quién fue? Para sorpresa de todos los presentes,  la niña levantó con temor su dedo índice y lentamente señaló a su madre……




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